-Este es el relato corto que he presentado para un certamen a nivel provincial, que ha sido justamente hoy, en la Diputación de Córdoba. No estoy muy orgullosa de él porque podría haber puesto más empeño, pero como dijo hoy una niña en el certamen "la inspiración parece una niña de cuatro años"; así que lo tuve que escribir en un cuarto de hora deprisa y corriendo un par de días antes de entregarlo. Pero bueno, not bad-
Después de aquella gran explosión que derrumbó el edificio de enfrente, el encargado del hotel nos llevó hacia la salida de emergencia más cercana. Estaba anocheciendo y el cielo mantenía un color pajizo, más bien rosado, sin que la vista alcanzara a ver precipitación alguna. En algún momento, no recuerdo cuándo, un color rojizo envolvió la ciudad como señal de mal presagio.
Salimos del edificio corriendo sin saber exactamente dónde ir, así que saqué el mapa de mi bolsillo con la intención de dirigirnos hacia la embajada. Sentíamos tan cerca el sonido de las ametralladoras y de las bombas que pensábamos que en cualquier momento nos alcanzaría un trozo de metralla. Fuimos a parar detrás de la embajada y, escondidos en una casa en ruinas, pudimos observar cómo nuestra única salvación estaba en llamas.
Desde aquella casa, asomado con sutileza a la ventana, pude ver cómo un escuadrón sacó a la fuerza a una familia de su casa, donde estaban refugiados.
Después de numerosas agresiones físicas y psicológicas dispararon a bocajarro al padre mientras la madre intentaba evitar que sus hijos viesen semejante atrocidad. Cuando aquel cayó desplomado y muerto al suelo, su mujer corrió a sostenerlo en sus brazos y, mientras sollozaba y gritaba por qué, ella se vio con una bala entre ceja y ceja.
Ya estaba el cielo oscureciéndose, y aquellos niños abrazados a sus padres miraban alrededor sin saber qué estaba ocurriendo.
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