Era una persona sencilla. Le gustaban las cosas hechas a mano, la ropa ancha pero no grande, el pelo despeinado y la cara sin pintar. Le gustaba la naturalidad en las cosas, la música adecuada en el momento adecuado y el café de las mañanas. No era muy tímida, pero se dejaba intimidar.
podría ser la típica persona feliz, pero no sabía ver el mundo de esa manera. Necesitaba mirar las cosas desde otro ángulo. Quizás así no se hubiese sumido en el pozo sin fondo, repleto de tormentos en el que caía cada día que pasaba.
Podría vivir en un mundo de color, pero ella prefirió vivir en blanco y negro. Podía encontrar en cada momento, por muy feliz que fuera, aquella pizca de sustancia que le recordaba aquello que no quería recordar. Sabía amargar el más dulce de los momentos. Tenía esa habilidad.
Era como si sólo quisiera vivir en su propia amargura, sumida en su tristeza y ahogada en su propio llanto.
Sabía tirar las horas por la ventana y pasarlas sentada en una hamaca mirando a ningún sitio, le encantaba ese lugar. Y así día tras día, año tras año, reprochándose aquello que había hecho, y lo que no, también.
Lo único que quería era desaparecer, salir corriendo de aquel lugar y dejar atrás todo aquello que le podía hacer daño, quemar sus recuerdos y comenzar de nuevo otra vida. Pero...eso era lo que hacía siempre...salir corriendo. Huir, huir de sí misma, de las demás personas, de los problemas. Huir de sus sentimientos y esconderlos allí en lo más profundo de su corazón encerrados con llave.
Sentía un gran dolor en el alma, una presión en el pecho que no le dejaba vivir tranquila. Ese dolor...Nunca supo por qué lo sentía.
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