lunes, 3 de diciembre de 2012

Últimamente, cada vez que me pongo a escribir, no me sale ni tu nombre, lo único que se me viene a la cabeza es "tú". Un simple "tú" que puede llegar a abarcarlo todo.
Aún hoy intento explicarme cómo llegas a ser tan importante y tan imprescindible en mi día a día. Todavía puedo recordar cuando fue la primera vez que tuve conciencia de que existías. En aquellos momentos pensé que eras una persona indeseable: tu forma tan irritante, a veces; tu carácter despreocupado y sin ningún control sobre lo que haces o dejas de hacer. Esas cosas que con el paso del tiempo he aprendido a adorar, a que formen parte del concepto del "tú" al que conozco, o al menos conocía; esas cosas que tanto detestaba y que ahora echo en falta. Como que estés jugando a la play y te hable y me ignores. La penúltima vez que estuve contigo nos vimos en esa situación, tú seguías jugando al mismo juego de siempre como si acabasen de ponerlo en venta, y yo te miraba y me sonreía.
Es increíble hasta qué punto puedo adorar la vena de tu pulgar derecho hinchada de tanto corretear por el mando, la forma en que curvas tu espalda cuando estás sentado en el sofá y la arruga que se te crea en la camiseta por la parte de la espalda que sube hasta tu cuello. Cada movimiento, cada articulación, cada susurro entredientes de esa respiración ajetreada, cada palabra que dejas escurrir entre tus labios es una aventura que me fascina como si fuese una niña que acaba de abrir los ojos y descubre el universo infinito que le rodea.
Cuando sonríes lo iluminas todo, cuando me sonríes eres capaz de rellenar todo el vacío que hay en mi interior y a la vez clavarme un puñal en la espalda. Eres esa persona a la que quiero más que a mi vida propia y eres la persona que podría matarme en vida solo con mirarme.
Eres tú la persona a la que tanto necesito, la persona que me apoya siempre en todas mis decisiones y las acepta, independientemente de que les guste o no. No te hace falta preguntarme las cosas, solamente me miras y sabes que me pasa algo, sabes lo que me pasa. Cuando te he necesitado siempre has estado ahí, cuando te he buscado, para que me ayudaras, para que me secaras las lágrimas y me dieras un abrazo cuando lo necesitaba, sin preguntarme nada, solo estando ahí.
Quizás tú no sientas tanta admiración por mí, pero lo que más me duele de todo esto es que tú no hayas sentido que yo también estoy ahí para ti.