lunes, 28 de noviembre de 2011

Esbozo 4


No me gusta. Y no quiero. Empiezo a estar harta de situaciones estúpidas, esta historia es una estupidez completamente.
Que me aspen de una vez Zeus porque no soporto más esta situación de estrés y a la vez de pasotismo que abunda en mis neuronas. Que revienten todas y se cree una anarquía en mi cerebro y en mi cuerpo y que las decisiones las tome simplemente mi instinto como si tuviera un eslabón menos en la cadena.
No quiero ser un ser civilizado, no quiero preocuparme por unos estudios, por un trabajo, por una casa, por una pareja, por un FUTURO. No quiero ser una persona más entre tantos millones, estoy harta de las apariencias, de los estereotipos, del "vístete bien", del "compórtate como es debido", del "no pases esa línea".
Esa jodida línea por la que constantemente deseo pasar y mandarlo todo a la mierda y conformarme con lo que cubra mis manos y sentir la tierra bajo mis pies y no un camino asfaltado porque es por ahí por donde debo de continuar mi camino. Y, ¿quién me dice a mí por dónde debo caminar? ¿Quién me obliga a andar un camino que no quiero andar? ¿Por qué debo de hacerlo cuando no es lo que quiero? ¿Por qué continuar con algo cuando no estás a gusto con ello?
¿Debería de sentirme mal por haber tomado una decisión más? Una decisión a la que al principio no le veía ni pies ni cabeza: "la situación no es que sea insostenible"; y es cierto, no era insostenible, pero no tenía ganas.
"Lo dejamos porque...porque ella no tenía ganas..."
Lo siento, aunque tu vieses que no, es una razón de muchísimo peso, llegará el día en que te des cuenta y veas que no puedes continuar con algo que, mientras más pasa el tiempo, menos ilusión tienes y menos ganas y que llega a un punto en que ya no lo quieres. Y lo más importante es darse cuenta de que no hay que estar haciendo algo que no te llena y que cada vez parece que te consume más y más, y que cuando esto pasa ya no hay que darle más vueltas, sino encerrarlo en un cajón con llave junto donde se tienen otros recuerdos olvidados para la eternidad.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Frecuentemente

A veces desearía dejar de pertenecer a este dichoso universo, que mis dolores me traguen por completo y desaparezca este amargor que cubre mi mente y mi cuerpo.
Ojalá esta desidia que me ha envuelto consiga que toque fondo y vuelva a renacer y a volver a querer intentar algo, a sentir algo, a tener ganas de algo, pero la verdad es que justo ahora no me importa lo que haga mi desidia.
Ya hay veces que no me importa en absoluto lo que me rodea, solo quiero dormir...y...ya está...

lunes, 14 de noviembre de 2011

Asco

Serán mis dolores de cabeza que apuñalan mi cráneo, hasta el día en que lo manden todo a la puta mierda, lo que me desgana y me deja rociada por el suelo inmóvil ante lo que se me avecina. Las palabras no me sirven, ni los gestos, ni las intenciones, ni los hechos, no me sirve nada en este estado de demacración que invade a mis neuronas.
Cada día que pasa de esta vida es una agonía interminable de dolor y de sufrimiento, se ansias insaciables, de insomnio somnoliento, de ardor en el cerebro y en las mismas cuencas de los ojos, los mismos ojos que deseo arrancarme cada día por tal de no sentir más dolor ni de verlo a mi alrededor reflejado en cada jodida esquina meada por un puto perro.
Ni siquiera un constante estado de embriaguez podría hacer que mi vida se llenase de luz, pues sólo la llena el áurea que pronostica mis migrañas, haciendo que mi alma se quede tranquila de una vez por todas y deje de sentir estos cuchillos adentrándose en mi mente y colándose hasta el último pensamiento impidiendo que razone con seriedad y sea capaz de comprender lo que sucede en esta serie de sucesos que es la vida.
Serán mis dolores de cabeza, de ojos, de sentir, lo que me impide ver lo que tengo delante de mis narices.

lunes, 7 de noviembre de 2011

No hay sentimientos


Se hizo de noche y en aquel cuarto mugriento el aire que entraba por la ventana se paseaba y salía por la puerta. Las cortinas grises ondean y llegan hasta rozar las yemas de mis pies. Y yo, que me encuentro tumbado en la cama, me estremezco por un instante.
No sé cuánto tiempo llevo aquí exactamente, puede que dias, semanas o, incluso, meses.
El olor a porro se ha incrustado en estas cuatro paredes.
Nuevamente, ella. Entra por aquella puerta y se cuela en mi cama. Me mira y me acaricia. Una sonrisa pícara brilla en sus dientes y me besa. Lentamente comienza de nuevo su danza y se desnuda.
¿Amor? Puede. Amor fingido el que siento por ella. Mis dedos se pierden rozando su hombro descubierto. Y me hace el amor, como si ella también lo estuviera sintiendo.
En aquella fría y oscura habitación, solos ella y yo, haciendo una actuación sin público, en el que cada uno hace su propio papel: uno el de amar y el otro el de sentirse amado. Y beso a beso, caricia tras caricia, esta función acaba con el mejor aplauso que es el éxtasis.
Ahora, se produce la despedida de los actores, donde ella me abraza, y yo le correspondo, donde se cruzan miradas de aparente amor, que sólo albergan tras ellos el sentimiento de la soledad.
Nuevamente, vuelve a salir por esa puerta, por la que volverá a entrar cuando la soledad y la desesperación la aborden de nuevo y se esté ahogando en ese mar de recuerdos, que es la memoria.